
SIN EUFEMISMOS
Hace unos meses se realizó la colecta anual de la Corporación para Ciegos. El proceso fue una experiencia notable, pensando en el esfuerzo del equipo y el lapso de tiempo reducido donde se buscó reunir cierta cantidad de recursos confiando en los aportes voluntarios de los transeúntes.
Más allá este nerviosismo, resultó interesante escuchar lo que dicen las personas que colaboran en la calle. La mayoría de la gente nos felicitó y consideró que debemos seguir creciendo para mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad visual.
“En la Corporación para Ciegos entregamos capacitación y cultura a personas ciegas”, respondí a la pregunta de un donante. Atónito me miró y preguntó: “¿Por qué les dices ciegos? ¿No será mejor decirles no videntes?”, aludiendo a que la palabra que había ocupado era ofensiva. A su juicio, esta denominación era muy cruda y por ende era mejor reemplazarla por otra “no tan fuerte”.
Mi primera reacción fue comprenderlo. Yo misma ocupé ese término antes de adentrarme en la realidad de la ceguera. Sé que la mayoría de la gente quiere hacer es dar un buen trato a todos aquellos que viven con una discapacidad pero, muchas veces, no son conscientes de lo que transmiten.
Por eso es común que se refieran a las personas ciegas como “no videntes”, “invidentes” o incluso “cieguitos”. Sin embargo hay en estas expresiones un contrasentido: finalmente lo que se logra es disminuir la calidad de la persona, resaltando una carencia.
Este tipo de situaciones ocurre diariamente en los medios de comunicación, en las iniciativas de investigación y en la calle, donde se palpa una realidad distinta, tal vez mucho más cruel que las formas cómo usamos las palabras.
Para crecer como sociedad y saber cómo tratarnos, es necesario estar conscientes de nuestro lenguaje, puesto que el lenguaje crea realidades. Hablemos de personas ciegas, de personas con discapacidad visual o, como actualmente recomienda Senadis, de personas en situación de discapacidad visual (se postula que la discapacidad es situacional, porque en la medida que el entorno elimina todo tipo de barreras, la discapacidad se reduce al mínimo).
Respeto esta última idea, pero prefiero hablar de discapacidad como algo que se tiene, algo que se lleva, algo con lo que, aunque se borren las barreras, será parte de una persona siempre.
Tal como explica Senadis, el correcto uso del lenguaje en discapacidad tiene como finalidad dejar atrás los estereotipos, eliminar las barreras y contribuir al proceso de transición conceptual que enfrenta este tema.
Hoy, los términos que maquillan realidades están demás. Digamos las cosas por su nombre: una persona ciega tiene una discapacidad visual y agradecerá que no se le trate con asistencialismo y retoques que suavicen su realidad tal como le toca vivirla.
Anteponer las deficiencias corporales para denominar a la persona en situación de discapacidad es una tema antiguo. Estos conceptos son muchas veces peyorativos, menoscaban la condición humana y se contradicen con el respeto a la dignidad y los derechos de las personas.
Lo más importante es siempre tratarnos por quienes somos: personas. Cambiar la forma en que nos comunicamos nos transformará en una mejor sociedad: más abierta, más directa, empática e inclusiva.