
UN INDIFERENTE MENOS
Hace unos meses atrás participé en un concurso de emprendimientos que la marca de vinos Misiones de Rengo, lanzó a través de su campaña “El Poder de Creer”. Los participantes debían enviar sus ideas y la marca cumpliría ese sueño.
Postulé una idea que consistía en generar una exposición fotográfica para personas con discapacidad visual utilizando la impresión 3D y de esta forma, acercar a las personas ciegas a una serie de personajes de alta relevancia a nivel nacional e internacional, y que estos pudiesen ser reconocidos a través de otros sentidos como el tacto y la audición.
Felizmente esta idea resultó ganadora y se concretó un día jueves 05 de mayo con el trabajo de muchos profesionales y por supuesto, gracias a la Corporación para Ciegos y sus usuarios.
En estos dos párrafos resumí lo concreto, aquello tangible y que puede ser experimentado no sólo por personas ciegas sino también por personas videntes, quienes por algunos minutos viven la experiencia de prescindir de la visión y dejarse llevar por aquellos que conviven con la oscuridad.
Sin embargo, lo que me interesa expresar en esta columna va más allá del producto y de lo que se vivió en esta exposición: me interesa contarles las reflexiones personales que he rescatado de todo esto.
Soy una persona con discapacidad: no veo bien, no toco bien, no escucho bien y muchas veces no digo las palabras que quiero decir; mi mente y mi corazón son limitados y mis acciones son deficientes. Aun así, para la mayoría soy una persona normal.
Qué mal nos hace ser indiferentes. Sin duda, es la principal barrera para alcanzar la verdadera inclusión. Pero la invitación es a no perder la fe. Al menos con todo esto, tenemos a un indiferente menos.